Tras el éxito de su primera convocatoria en Zaragoza, el evento se trasladó a la capital con una ambición clara: mostrar la diversidad, calidad y proyección del vino aragonés en un entorno profesional y estratégico.
El resultado fue rotundo. Más de 50 bodegas presentaron más de 200 referencias ante sumilleres, distribuidores, hosteleros, compradores nacionales e internacionales, prensa especializada y un público profesional ávido por conocer todo lo que Aragón tiene que decir —y servir— en una copa.
Un escenario a la altura del vino
El lugar elegido fue el Palacio Neptuno, un espacio con historia y elegancia en pleno centro de Madrid (Calle Cervantes, 42). Su arquitectura señorial fue el marco perfecto para una jornada que combinó tradición, modernidad y mucho carácter.

Desde primera hora de la mañana, el ambiente ya auguraba una jornada vibrante. Profesionales de todos los perfiles del sector se dieron cita en los salones del Palacio, donde cada mesa representaba una historia vinícola diferente: desde proyectos familiares con siglos de historia hasta bodegas jóvenes con enfoque sostenible, pasando por nombres consolidados y etiquetas que ya suenan fuera de nuestras fronteras.
Aragón: una región, mil vinos
El gran protagonista del evento, sin duda, fue el vino aragonés. La comunidad autónoma cuenta con cuatro denominaciones de origen principales:
DO Calatayud
DO Campo de Borja
DO Cariñena
DO Somontano
A ellas se suman vinos de pago, bodegas en zonas sin DO pero con propuestas de alta calidad, e iniciativas de viticultura natural y experimental. El Salón Peñín fue, en este sentido, una radiografía perfecta del dinamismo que vive el sector en Aragón.
Más allá de etiquetas, lo que quedó claro es que la Garnacha sigue siendo reina, especialmente en las zonas de Campo de Borja y Calatayud, donde esta variedad alcanza expresiones de gran concentración, mineralidad y elegancia. Pero también hubo espacio para otras protagonistas: Tempranillo, Syrah, Cabernet Sauvignon, Merlot, Cariñena, Macabeo, Chardonnay, Gewürztraminer o Sauvignon Blanc, entre otras.
Y, por supuesto, no faltaron proyectos que están dando una segunda vida a variedades autóctonas y a prácticas agrícolas tradicionales, desde la poda en vaso hasta la viticultura de altura.
Bodegas presentes: diversidad con firma aragonesa
La representación bodeguera fue tan amplia como representativa. Algunos nombres destacados que participaron:
Bodegas Alto Moncayo, internacionalmente reconocida por sus Garnachas de altura.
Bodegas Care, con un enfoque moderno tanto en imagen como en elaboración.
Bodega Sommos y Sommos Garnacha, innovación y arquitectura al servicio del vino.
Pago Aylés, único vino de pago en Aragón y referente de calidad.
Bodegas San Alejandro, con su mítico Baltasar Gracián y apuesta por la sostenibilidad.
Bodega Pirineos y Viñas del Vero, grandes referencias del Somontano.
Bodegas Borsao, siempre firme en la defensa del potencial de la Garnacha.
Bodem Bodegas y Origen Viticultores, impulsores de nuevos estilos y narrativas.
Bodegas Langa, una de las casas más antiguas, que combina tradición con innovación.
Bodega Laus, diseño, entorno natural y vinos expresivos.
Y junto a ellas, muchas otras bodegas de menor tamaño pero de enorme valor enológico, como Libre y Salvaje, Mas de Llucia, Raíces Ibéricas o Venta d’Aubert. El evento demostró que en Aragón hay espacio para todos los estilos, desde el más clásico hasta el más experimental.
Un recorrido por el sabor y la emoción
El formato de salón libre permitió a los asistentes ir de bodega en bodega, probar a su ritmo, conversar directamente con enólogos y responsables comerciales, y descubrir cómo se expresa el territorio aragonés en cada vino.
Entre los momentos más destacados de la jornada:
Los blancos del Somontano, frescos y perfumados, sorprendieron por su elegancia y versatilidad gastronómica. Destacaron los Gewürztraminer y Chardonnay, pero también blancos con barrica y coupages muy bien trabajados.
Las garnachas, una vez más, fueron las grandes protagonistas. Desde estilos jugosos y frutales hasta grandes vinos de guarda con paso por roble, que mostraron todo su potencial.
Vinos de autor y parcelas únicas, que están llevando el vino aragonés a nuevas cotas de calidad, y que abren la puerta a un consumidor más exigente.
Nuevos proyectos de viticultura ecológica y regenerativa, con propuestas valientes y respetuosas con el entorno.
Eventos como el Salón Peñín construyen marca colectiva, generan visibilidad, fomentan el contacto directo entre productores y compradores, y muestran la fuerza de una región que está decidida a ocupar el lugar que merece en el mapa del vino español e internacional.
Aragón, a veces injustamente eclipsado por otras regiones vinícolas, tiene argumentos de sobra para competir al más alto nivel: diversidad de suelos, altitud, clima extremo, viñas viejas, historia, saber hacer… y, cada vez más, una nueva generación de viticultores con mirada global y corazón local.
El salón también sirve como termómetro de tendencias. Lo que antes eran apuestas arriesgadas —vinos naturales, claretes de guarda, crianzas largas con mínima intervención— ahora están al centro del discurso. Y muchas bodegas aragonesas están liderando esa conversación.
Un futuro con denominación de origen: Aragón
Tras esta segunda edición en Madrid, el Salón Peñín de los Vinos de Aragón se consolida como una cita imprescindible para el sector. La buena noticia es que esto solo es el principio.
La gran afluencia, la calidad de los vinos presentados y el nivel de las bodegas participantes dejan claro que el vino aragonés está viviendo un gran momento. Y lo mejor es que lo está haciendo sin perder de vista sus raíces.
Como se comentó durante el evento: “Aragón no busca imitar, busca expresar”. Y esa es, probablemente, la clave de su éxito.
Muestra de pasión, identidad y visión de futuro
Madrid fue testigo del talento, la autenticidad y la proyección de una región que se toma el vino muy en serio. El II Salón Peñín de los Vinos de Aragón no solo fue una exhibición de etiquetas: fue una muestra de pasión, identidad y visión de futuro.
Desde las garnachas centenarias del Moncayo hasta los blancos florales del Somontano, Aragón dejó claro que en cada botella se encierra algo más que vino: una tierra, una historia, una forma de entender la vida.
Me voy con la copa llena… y con muchas ganas de volver.
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