Al llegar nos recibió Elena, quien nos hizo un tour increíblemente interesante y educativo, compartiendo con nosotros no solo los detalles técnicos de la producción de sus vinos, sino también la filosofía y el amor que ponen en cada botella.
Esta casa está situada en Pesquera de Duero y sigue la máxima de Luis Sanz Busto, el alma mater del proyecto: “Antes uvas que cubas”. Esta filosofía se nota en cada rincón, desde los viñedos hasta la mesa de selección. La vendimia es completamente manual y las uvas se transportan en pequeñas cajas de máximo 20 kg. Este método asegura la integridad del fruto y evita cualquier tipo de daño o fermentación prematura. Además, como las parcelas están ubicadas muy cerca de la bodega, los racimos llegan en condiciones óptimas a la mesa de selección, donde cada uva es inspeccionada de cerca.
Una de las particularidades de Dehesa de los Canónigos es que cada parcela se vendimia y vinifica por separado, lo que les permite conseguir la máxima expresión de las singularidades de cada una de ellas. Esto refleja un compromiso con la autenticidad y la expresión del terroir. Cada vino tiene una personalidad única, derivada de la parcela de donde proviene, y eso se percibe claramente en la cata.
En cuanto al proceso de vinificación, el mosto realiza la fermentación con levaduras naturales que provienen del propio viñedo, a una temperatura controlada. Este enfoque tradicional y respetuoso con la naturaleza me hizo sentir que estaba en un lugar donde el vino se hacía con el máximo cuidado y dedicación.
Finalmente, tras la fermentación alcohólica, los vinos se crían en barricas de roble americano de entre uno y dos años de edad. La bodega trabaja con distintos toneleros para aportar mayor complejidad a sus vinos, lo que añade una capa extra de riqueza y matices a cada botella.
Durante la visita catamos varios de sus vinos, entre ellos su rosado de guarda Luzianilla. Este vino es muy especial, tanto por su origen como por la dedicación que encierra en cada botella. Su nombre es un homenaje de Luis Sanz a su esposa, Mari Luz, a quien cariñosamente llama Luzianilla.
El vino no solo refleja la excelencia enológica, sino también el amor y la conexión familiar. La etiqueta de Luzianilla es una obra de arte realizada por el pintor Paco Somoza, un amigo de la familia, y muestra una acuarela que simboliza la pasión de Mari Luz por las rosas, un detalle que aporta un toque personal y único al vino Luzianilla es un clarete que recupera los orígenes del rosado en la Ribera del Duero, y su proceso de elaboración busca rendir homenaje a esta tradición vinícola tan importante para la región.
La comida también estuvo increíble. Disfrutamos de embutidos, quesos, buen jamón ibérico, paella y cordero al sarmiento que estaba espectacular.
Los hermanos Belén e Iván Sanz Cid son encantadores y te cuentan todo con tanta pasión que te quedas embobada escuchándolos. Sin duda, una visita que recomiendo muchísimo.
PD: aquí estoy yo firmando una de las barricas de la bodega :)