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Destinos

Descubro otro lugar de la Mancha con Sabor Quijote: esta vez, Villanueva de los Infantes

La Mancha guarda sus secretos entre sus calles y plazas que aún susurran versos del Siglo de Oro.

Publicado por:
Ana Gómez González

Con Sabor Quijote volví a pisar tierra cervantina, y esta vez el destino era Villanueva de los Infantes: un pueblo que no solo fue capital del Campo de Montiel, sino también un epicentro cultural durante la época más brillante de las letras hispanas.

Aquí vivió y murió Francisco de Quevedo, aquí enseñó Bartolomé Jiménez Patón, y aquí el eco de Cervantes resuena en cada calle. Infantes no es un simple decorado manchego: es memoria viva, es historia, es sabor, es literatura, y es autenticidad.

Un viaje a los orígenes: Jamila y el fuego

Nuestra primera parada nos llevó al origen más antiguo de la villa, al enclave arqueológico de Jamila, un yacimiento que se levanta sobre una pequeña meseta junto al río Jabalón. No es un lugar cualquiera: entre sus ruinas sobrevive el esqueleto de un gran edificio columnado medieval del siglo XIII, con catorce columnas que parecen querer contarte algo en cada grieta. Un lugar de culto, dicen, quizá una iglesia dedicada a Nuestra Señora de Jamila, nombre que alude a la belleza en árabe… y también a un culto mariano muy particular.

Las leyendas locales cuentan historias de abandono y rebelión. Algunos hablan de una tragedia al estilo de Fuenteovejuna, otros de una epidemia. Pero lo que confirman los arqueólogos es que este lugar ardió. Un incendio devastador acabó con todo el conjunto monumental. Años después se reutilizó como cortijada. Antes aún, en la Edad del Hierro, había ya asentamientos ibéricos. Jamila no es solo piedra: es la semilla de lo que hoy es Villanueva de los Infantes.

El cambio de nombre y el ascenso

Después de la reconquista, Jamila fue repoblada por la Orden de Santiago. Por razones de salud (o de superstición), sus pobladores se trasladaron a La Moraleja, una aldea vecina que con el tiempo superó en población e importancia a Montiel. Fue Don Enrique, infante de Aragón, quien le otorgó independencia y, en honor a los Infantes, le dio el nombre que lleva hasta hoy: Villanueva de los Infantes, en el año 1421.

De ahí en adelante, el crecimiento fue imparable. En el siglo XVI superó los 5.000 habitantes y en 1573 fue nombrada capital del Campo de Montiel por Felipe II, convirtiéndose en centro político, eclesiástico y espiritual de La Mancha.

El Siglo de Oro en versión manchega

Hablar de Villanueva de los Infantes es hablar del Siglo de Oro. Aquí no solo se respiraban ideas, también se publicaban. Se sabe que desde 1572 ya existía un librero en la villa y que en 1637 se publicó la primera traducción castellana de Utopía de Tomás Moro, con prólogos firmados por Quevedo y Jiménez Patón.

Este último, considerado el gran gramático del barroco español, dirigía la Casa de los Estudios, lugar que visitamos en nuestra ruta. Era el alma intelectual de la ciudad. Lope de Vega le dedicó versos en su Laurel de Apolo, y mantuvo una relación tensa con Cervantes, a quien no perdonaba sus pullas en los prólogos del Quijote. La rivalidad entre autores tenía como escenario esta ciudad.

Pero sin duda, la figura más célebre fue Francisco de Quevedo, quien encontró en Infantes un refugio espiritual, intelectual y medicinal. Aquí vivió sus últimos días, y aquí murió en 1645 en el Convento de Santo Domingo, cuya celda aún se puede visitar, igual que su cripta en la Iglesia de San Andrés. No es cualquier tumba: es uno de los corazones del Siglo de Oro.

Don Quijote… ¿Vivió aquí?

La gran pregunta que ha desvelado a estudiosos durante siglos es: ¿cuál es el lugar de La Mancha al que se refiere Cervantes al inicio del Quijote? En 2005, un estudio científico interdisciplinar de la Universidad Complutense concluyó que ese lugar podría ser Villanueva de los Infantes. Todo encajaba: las distancias, los tiempos, la estructura social, y las referencias geográficas. Así lo defiende el Museo Científico del Quijote, ubicado en la Casa de Rueda, que también fue uno de nuestros primeros destinos.

Infantes respira Quijote. En la Plaza Mayor, una escultura de Don Quijote y Sancho, obra de Juan Antonio Giraldo, les da la bienvenida a todos los viajeros. En la calle Cervantes, se encuentra la Casa del Caballero del Verde Gabán, que podría haber inspirado el episodio de Don Diego de Miranda.

Y así, todo Infantes parece formar parte de un gigantesco capítulo cervantino.

Con Sabor Quijote: cultura, gastronomía y tradición

Nuestra experiencia con Sabor Quijote comenzó en el Hostal La Gavilla, muy acogedor y con encanto. De ahí pasamos a la Casa de Rueda para la recepción institucional, con café y dulces locales como las Dulcineas. Me encantaron, y no pude resistirme a comprar una caja de la panadería El Abuelón. Si venís por esta tierra, os las recomiendo muchísimo.

La jornada nos llevó también al impresionante Santuario de Nuestra Señora de la Antigua, a 5 km de Infantes, en una orilla del río Jabalón. El interior es sobrio, con una única nave y retablo barroco presidido por una talla del siglo XIII de la Virgen de la Antigua. El lugar emana una devoción sencilla y antigua.

Por la tarde, asistimos al acto institucional en la Casa de la Alhóndiga, un edificio cargado de historia. Construido como pósito y casa de contratación en el siglo XVI, fue también cárcel en el XVIII, y hoy funciona como Casa de Cultura y Biblioteca. Durante la visita, disfrutamos de una degustación de productos manchegos: quesos artesanos, embutidos, y una selección de tapas que nos dejaron sin palabras. Desde unas migas con espuma de huevo frito, hasta un tataki de ciervo en adobo moruno o los deliciosos tomatitos rellenos de mousse de caza. Todo servido con elegancia y acompañado de vinos de la zona.

La noche cerró con una ruta guiada por el casco histórico iluminado, terminando en el Mercado Gastronómico, donde el jazz llenaba el aire mientras catábamos los últimos vinos del día.

El despertar cultural

El día siguiente arrancó con un desayuno buffet en La Gavilla, antes de sumergirnos en una visita cultural completa: el Museo Etnográfico, el Museo de Arte Contemporáneo, la ya mencionada Casa de los Estudios, y por supuesto la celda de Quevedo, que pone la piel de gallina. Todo en este pueblo parece tener alma.

El broche final fue una visita a la Cooperativa de Nuestra Señora de la Antigua, donde participamos en una cata de aceites de la D.O.P. Campo de Montiel, dirigida por su director, Carlos Luis González Campos. Fue una experiencia sensorial completa en la que aprendimos a identificar matices, aromas y cualidades de los aceites de oliva, de los virgen y virgen extra de esta denominación, auténtico oro líquido de La Mancha. 

Cierre con sabor manchego

Antes de regresar a Madrid, volvimos al Mercado Gastronómico, donde nos despidieron con una última degustación: pisto manchego, quesos y vinos

Gracias, Sabor Quijote, por esta experiencia con historia, alma y sabor.